Una semilla de asombro, de infinito




Esa numeración absoluta, el cielo,
ha revelado más pasiones
que un beso en el frío primer ocaso,
o un juego de ajedrez en la surgida noche.

(C) Wilson Pérez Uribe


Denario del poeta




Lisa y
        brillante, una moneda
erige el poeta, la pule,
adhiere
         a su forma un basilisco,
siete estrellas y el retorno del tiempo.

La noche,
          la espada,
                      un dogma de suerte
universal
convierte al lector en suave espuma;
nada en él se evapora... ni se diluye.

El poema nace
          de su reposo, de su mármol.
El poema,
         circulo infinito de ligera magia,
metal, sol de milenios,
tocará por siempre la memoria
           sumergida en Oriente y Occidente.



Madre Tierra



Tercera esfera en dirección al sol,
cuán sublime y terrorífica eres,
cuán exacta en tu cúmulo de átomos.
Melodiosa, precisa y frágil dama de la vida,
canto en el terciopelo de estrellas y aguas
un suspiro para tu latido de cristalina nobleza.

¡Madre!, sólo prisionera del cosmos,
riges los caminos y oportunas estaciones:
con ello mis hábitos son memorias que regresan.
¡Madre!, ¿dónde el tiempo moldeó tu infinitud?
¿Qué dios de dulce mirada soñó
tus terrores y caricias, generaciones y desiertos?
Sólo seré tu hijo, oceánica y terrena,
cuando marche al paso de las manadas
y punce mis venas con el cristal de coníferas;
cuando surja un paso más de mi cuerpo
sobre la sabana y la alta pradera de tus pechos,
y acaricie con fulgor antiguo el fuego,
la carne y el agua que bondadosa me obsequias.
¡Madre!, cuando perciba el claro y fino lenguaje
de las hojas y las sombrías arenas.

Tu paz es un clavel y un helado glacial,
tus lágrimas vertidas al unísono
son las riveras que mueren en la mar,
tus cabellos el soplo diurno y armónico de la espiga,
tus ojos el siempre sedoso azul del cielo.
Cuánto bogar de tus venas
junto a la joven bandada de pájaros;
cuánto deleite brindan albas y ocasos
que tú ignoras en la sapiente brisa
de celestes cámaras y oscuras gravitaciones;
cuánta hermosura y verdad desatas,
cuánta infinita diversidad posees
para perfumar mi alma.

Sólo una cosa sé, Madre Tierra;
la polvareda innumerable de estrellas
aún asciende a tu azul orbe,
y teje en tu sangre de esplendores
la mirada siempre nueva del lince,
el dominar de color y fugacidad del cerezo,
y el diario y poético asombro de mis labios.

(C) Wilson Pérez Uribe